¿Cómo es desarrollado en el evangelio según Juan el propósito de creer en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios?
Por @Ruddy Carrera.
El evangelio de Juan es el único de los cuatro que contiene una afirmación precisa del propósito del autor (20:30,31). Él declara: “Estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. (20:31). Los propósitos primordiales, entonces son dos: evangelístico y apologético. Reforzando el propósito evangelístico está el hecho de que la palabra “creer” se usa aproximadamente cien veces en el Evangelio (los sinópicos usan el término menos de la mitad de esta cantidad).
Crédito de la imagen de portada: San Juan el Evangelista, por El Greco. Museo del Prado, Madrid.
Juan compuso su evangelio para proveer razones de la fe salvadora en sus lectores y como resultado, para asegurarles que recibirían el regalo divino de vida eterna (1:12).
El propósito apologético está relacionado muy de cerca al evangelístico. Juan escribió para convencer a sus lectores de la verdadera identidad de Jesús como el Dios-hombre encarnado cuya naturaleza divina y humana estaban perfectamente unida en una persona quien era Cristo (“Mesías”) profetizado y salvador del mundo (p.ej.1:41; 3:16; 4:25, 26,8:58). Él organizó su evangelio alrededor de ocho señales o pruebas que refuerzan la verdadera identidad de Jesús llevando a la fe. La primera mitad de su obra se centra alrededor d siete señales milagrosas seleccionadas para revelar la persona de Cristo y producir fe: 1) agua convertida en vino (2:1-11);2) la sanidad del hijo del hombre noble (4:46-54);3) la sanidad del hombre paralítico (5:1-18;4) la alimentación de la multitud (16:1-15) caminando sobre el agua (6:16-21);6) la sanidad del hombre ciego (9:1-41;y 7) la resurrección de Lázaro (11:1-57). La octava señal es la pesca milagrosa (21:6-11) después de la resurrección de Jesús).
Las bodas de Caná, Paolo Veronese. Museo del Louvre, París. Aquí Jesús realizó su primer milagro, al convertir el agua en vino (Juan 2:1-11).
Afirmaciones como esta no solo la encontramos en importantes comentaristas contemporáneos como J. Macarthur. Otros como D. Carlson y D. J. Moo, afirman que podemos recopilar una gran variedad de sugerencias. Pero lo más adecuado es empezar fijándonos en las palabras del evangelista: “ Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre” (20:30-31).
Vale la pena comparar estos versículos con otra afirmación que encontramos en 1 Juan: “ Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13). Está claro que este versículo se escribió para animar a los cristianos; si nos fijamos en la forma en la que aquí se expresa, Juan 20:20-31 suena más evangelístico.
Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.
Las evidencias sintácticas confirman que el primer sintagma de finalidad que aparece en 20:31 debería traducirse “ para que podáis creer que el Cristo, el hijo de Dios, es Jesús”. Por tanto la pregunta fundamental detrás del cuarto evangelio no es ¿Quién es Jesús?, sino ¿Quién es el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios? En su contexto, la segunda pregunta es una pregunta sobre la identidad, y no sobre el tipo: es decir, la pregunta ¿Quién es el Cristo? No debería interpretarse como ¿De qué Cristo está hablando? o ¿De qué tipo de Cristo está hablando? , sino Tú dices saber quién es el Cristo ¿No? Pues pruébalo. Dinos, ¿Quién es?
Los cristianos no harían esa pregunta porque ya sabían la repuesta. Los que podían hacer esa pregunta eran los judíos y los prosélitos que entendían lo que “ el Cristo” significaba, que tenían la esperanza de que el Mesías iba a venir, y que quizás habían establecido algún tipo de relación con los cristianos para saber más de lo que ellos predicaban.
Papiro Bodmer 66, hallado en Egipto, o Evangelio de Juan conservado en forma de códice (200 DC. Aprox). Biblioteca de Cologny, en Ginebra.
Resumiendo, el evangelio de Juan no solo tiene un propósito evangelístico (una opinión dominante hasta este siglo, en el que ya pocos la defienden), sino que tiene un campo de evangelización concreto: los judíos de la diáspora y los prosélitos. Aunque esta es solo la opinión de la minoría, se puede decir mucho a su favor. Incluso podemos encontrar apoyo, aunque de forma directa, en algunos de los estudios recientes que interpretan el cuarto evangelio como un libro sobre la misión. Algunos de estos tienen una exégesis excelente, pero no se dan cuenta de que con una pequeña adaptación la misma exégesis podría justificar la tesis de que el evangelio de Juan no es un libro para creyentes sobre misión, sino que es un libro para los de afuera para llevar a cabo la misión.
Juan revela la gloria de Jesús como hijo de Dios. Como el hijo preexistente compartía la gloria del Padre (17:5,24), y en su vida terrenal su gloria quedó demostrada ante el mundo – o más bien ante aquellos que tenían ojos para ver (1:14)- mediante las series de señales que realizó (2:11). Pero aun en dichas señales Jesús no buscaba su propia gloria sino la del Padre (5:41; 7:18). Esta revelación de Jesús ante el mundo es el tema de los caps. 1-12, que concluye con un resumen y un claro cambio de pensamiento (12:36b.50).
El evangelio de Juan no es un libro para creyentes sobre misión, sino que es un libro para los de afuera para llevar a cabo la misión.
Juan explora de forma reiterada la compleja relación entre la fe, la elección y la fusión de las señales. Si la fe surge como consecuencia de lo que las señales revelan, ¡fantástico!: las señales sirven como fundamento de la fe (p.ej., 10:38). No obstante, Jesús amonesta a la gente que depende de las señales (4:48). La fe es más auténtica cuando cree tan solo por lo que ha oído, que cuando cree porque ha visto (20:29). Pero a fin de cuentas, la fe depende de la elección soberana del Hijo (15:16), pues es parte de lo que el Padre le ha dado al Hijo (6:37-44). Esta verdad es el tema central de un libro claramente evangelístico.